Juan Azuara

supongo que es cosa de la rutina

 si un día me levanto

y robo una paleta del quiosco

no me convierto en bandido



 

aunque si todos los días me levanto

a robar una paleta del quiosco

podría convertirme en bandido



 

y si ya soy un bandido

no voy a conformarme con robar paletas:

voy a intentar robar un banco



 

y para robar un banco

hace falta mucho trabajo



 

hace falta servirme una taza de café

y pensar profundamente

en cómo robar un banco



 

desde la entrada hasta el escape

ver los planos con ojos de fracaso

de cadena perpetua

y sin matar a nadie



 

a menos que sea esa clase de bandido



 

lo mismo con los poemas: 

escribir uno no me hace poeta



 

pero si diario despierto con esa intención

y me sirvo un café

y veo los planos con ojos de fracaso

para dar el golpe preciso         entonces sí                      

tal vez así                me convierta en poeta


 


 


 

Gilda García Romero

POEMERÍA

 Ayer fui a recoger un poema, era tal como lo había pedido.

Mi necesidad de vocales lo solicitó. Pagué con un poco de médula roja.


 

Creaturas épicas poseedoras de laureles, 

llevaban tiempo muertas dentro de mi cabeza.

Los cadáveres con voces como de ciervos apresados,

cantaron himnos teñidos de sal.


 

Por las grietas entró Saudade y me perforó con un taladro rotatorio las encías.  

Fue entonces que dejé la piel de la sonrisa 

guardada en el armario de las cosas en desuso.


 

El poema estaba fresco con relleno de gas y plasma como los soles.

Tenía agradable sensación al tacto, el relleno era vida condensada.

Acerqué mi nariz, percibí notas de mandarina y algodón.

De su interior sobresalían tenues rayos de viento,

en el cual, viajaban pequeñas semillas de mostaza que entraron en mis ojos.

Al principio me dejaron ciega, después me abrieron portales,

oráculos a seres que aún no han nacido. 


 

El poema fue de mi entera satisfacción.


 

Volveré a la poemería para truequear algunos versos más.

No es un lugar fácil de llegar, tiene ubicación volátil.

Las instalaciones no son confortables y los dependientes tienen mal humor. 


 

Recomiendo el consumo de poemas de esta tienda casi desmoronada.

Hallarás un montículo de huesos y cascajo de gemas otrora valiosas.


 

Al final del pasillo, una puerta abierta 

y luego, una caja de regalo.  


 


 

Emanuel Moreno Muñoz

Un atardecer en cuatro cuerdas

 1

Sobre el piso aún tibio

alargan ya sus sombras los árboles y las paredes,

se arrulla en las copas de los árboles el día agotado 

que comienza a soñar aún con su ojo entreabierto, 

pero no se da cuenta.

No lo despierten.


 

2

Sobre las últimas cuerdas amarillas de la tarde

y las primeras, violetas, de la noche 

camina el aire con sus pies de concreto 

enfriándose a medida que envuelve 

la larga avenida de la piel

    la acortada hora de la voz, que se evapora

en la multitud de risas, gritos y llantos

  en la costa de la memoria, lavada ola a ola. 


 

3

Indecisos los dedos pasan 

    sobre las horas

    sobre las notas que azulean, 

que ya se derriten en el horizonte

     en el silencio que vendrá después 

antes del siguiente movimiento

     del siguiente compás. 


 

4

Acumulada la tensión en los cuatro puntos del mundo

    en las cuatro cuerdas blancas 

vibra sin descanso el aire líquido, 

salta por la ventana apenas abierta

inunda la calle

se evapora

y sube al lienzo nocturno:

desgarra una juliana perfecta,

delata el blanco aperlado bajo el negro impoluto,

abre la noche;

las demás notas le siguen 

y perforan el lienzo,

abren los poros de la noche

que inhala desde abajo

y exhala 

la pesadez en los párpados metálicos.